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NO DEJARÍA DE EMBRIAGARME, NI POR MI MADRE

Confesiones de un Alcohólico

NO DEJARÍA DE EMBRIAGARME, NI POR MI MADRE

/Por Catalina Guadarrama/

En esta ocasión Juan “N”, originario de la Ciudad de México, comparte con nuestro público lector sus vivencias en el mundo del alcohol, “Siempre quise pertenecer a algún grupo y en la escuela secundaria tenía compañeros que ya bebían y me invitaban a tomar aunque yo dudaba en hacerlo, hasta que buen día acepté. Por imitar a mis compañeros probé la cerveza, me agradó el sabor y mejor aún la sensación de alegría que me produjo; no me emborraché sólo me mareé, pero dejó la huella en mi y pronto seguí tomando con los cuates de la escuela”.

 “Cuando destapé esa cerveza bien fría… ahí se destapó mi enfermedad” afirma Juan, “Con los cuates de la colonia tomaba de vez en cuando, pero un día abrí una cerveza muy fría, me supo tan rica, la tomé con tanta pasión como nunca volví a tomar otra así,  ahí supe que necesitaba seguir sintiendo los efectos del alcohol; ahí se destapó mi enfermedad”.

Tan sólo tenía 15 años, “desde muy joven ya era alcohólico, bebía hasta embrutecerme, sólo tenía que probar una gota de alcohol y con eso bastaba para no parar; comenzaba a embriagarme con los amigos, pero como no aguantaban el paso de mi forma de beber, me quedaba solo y no me importaba”.

Mis padres lloraban, confiesa Juan, “regresaba a la casa dando tumbos, sosteniéndome de donde podía, mis padres no sabían que hacer conmigo, lloraban al verme en ese estado tan lamentable; sobre todo mi madre me decía ‘si tu padre y tus abuelos no pudieron terminar con el alcohol tú quieres acabártelo, eres el único que estudia y mira como estas’.  Sufría por ver a mi madre así, llorando, pero ya mi alcoholismo era tal que no lo podía dejar ni por mi madre.

Uno quiere más y más, advierte el entrevistado, “Como todo se estaba saliendo de control, me hice el propósito de tomar cada dos o tres meses para dedicarme al futbol y continuar con mis estudios y no pude… Juan detiene la charla y un poco triste continúa, “mis padres me dieron estudios, aunque de extracción humilde, siempre hubo para mis estudios. No faltaba a la escuela, estudiaba en la Prepa Popular, ahí me reunía con los compañeros en el estacionamiento para ponernos bien ebrios, fuimos el escuadrón de la muerte”.

Primer aviso de mi profesor: “Tenía un profesor de psicología Fausto Trejo, (en los libros de movimientos estudiantiles aparece su nombre). Me decía “tomas mucho, ve a un grupo, eres buen estudiante, pero el alcohol va a perjudicar tu vida”. “Pero nunca hice caso, era joven y quería disfrutar mi juventud de una manera equivocada”.

El alcohol me tenía atado, afirma Juan, “por fortuna terminé la prepa e ingresé a la FES Cuautitlán para estudiar ingeniería, pero el alcohol no me dejó ser lo que en verdad quería, con el temor del rechazo, nadie quiere a un alcohólico. Quería estudiar una carrera, pero terminé estudiando otra que no me interesaba, siempre estaba frustrado por no poder concretar nada de lo que anhelaba, no pude hacer nada, el alcohol me ganó la partida; estudiaba y bebía, jugaba fútbol y terminaba bien perdido, mi vida fue un fracaso por mi manera de beber. Tenía muchas aspiraciones de niño y todo se fue a la basura. Nunca entendí que tenía un problema, sufrían mis padres, sufría yo, todo era un caos”.

Quería dejar de beber, pero no podía, acepta Juan, “estaba desesperado de no poder hacer nada, necesitaba dejar el alcohol, pero era imposible. Me casé pensando en que con esa responsabilidad podría con la enfermedad y fue lo mismo o peor, porque con las reuniones familiares tenía un pretexto para ingerir alcohol, pues ahora estaba “obligado” a emborracharme con mi suegro”.

Comienzan las promesas, comenta Juan, “Mi esposa me amenazaba con dejarme si continuaba de borracho, en las terribles crudas juraba no volver hacerlo; prometí ante Dios, a los patrones, a la familia, pero jamás cumplí una sola promesa”. “Hasta que un día insulté a mis hijos, mi esposa me obligó a pedirles perdón y yo ofendido lo hice, pues pensaba que era su padre y no podía equivocarme, aunque estuviera ebrio. Mi esposa me dio una ultima oportunidad y por fin llegué al grupo AA”.

Me identifiqué con las personas de AA, aseguró Juan, “Asistí a un evento de AA, aunque no  convencido para dejar de beber, yo sólo quería parar el problema que había suscitado días antes en la familia, según estaría por dos o tres meses y adiós, alcohólicos los que me recibieron yo no, iba a las juntas con el firme deseo de estar un  tiempo; un día puse atención a los compañeros y me cayó el veinte, me dije: “si tengo problemas con mi forma de beber, lo acepto”, aunque tenía la esperanza de hacerlo algún día como la gente normal, más con el paso del tiempo me di cuenta que estaba derrotado y eso nunca pasaría porque no podía parar si entraba en contacto de nuevo con el alcohol y decidí no volver a probar ni una gota de ese líquido embriagador. Me costó mucho dejar de pensar en la sensación que produce la borrachera. Más que mieles tan exquisitas da, estar en una comunidad como AA, donde todos los que estamos ahí nos ayudamos mutuamente, con hora y media todos los días si dan resultados efectivos y comencé a transformar mi vida, primero dejando de frecuentar a los amigos de parrandas, incluso dejé de asistir a las reuniones familiares, porque sabía que el alcohol ya no era para mi y hasta el día de hoy no he vuelto a tomar una copa, porque no sé controlarme. Sigo en los grupos de AA y ahí seguiré hasta que Dios me llame. He vivido mis mejores momentos en una comunidad de AA, porque siempre hay un compañero dispuesto a escucharme y me dan su tiempo para estar conmigo y eso se agradece infinitamente”.

“Espero que alguien se identifique con mis experiencias y busquen ayuda en AA”.

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