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             BEBÍA HASTA SENTIR LA MUERTE

Confesiones de un Alcohólico

                                         BEBÍA HASTA SENTIR LA MUERTE

Crónicas

Por Catalina Guadarrama

Ahora nos comparte sus experiencias en el mundo del alcohol Alma N. originaria del Estado de México, “Mi vida en la adolescencia fue muy triste y desorientada porque mis padres me corrieron de la casa, me abandonan en la calle, por un malentendido, que pagué muy caro. Mis padres pensaron que me había fugado con mi novio cuando estudiaba en bachilleres; tenía dos horas libres y fui a la casa de mi novio, mis padres fueron a buscarme a la escuela, no me encontraron y pensaron lo peor; al regresar a la casa mi papá me recibió con golpes, me dejó en la calle y perdí la razón, me volví vagabunda andaba sucia, mal vestida, descalza, sin comer, no entendía nada, no pensaba en nada, hasta que me encontró el papá de mis hijos y me llevó a su casa. Ahí recobro la razón para entrar a otro trauma: el alcohol.

El primer contacto que tuve con el alcohol fue a los 17 años, cuando me da su apoyo el papá de mis hijos; en su casa todos tomaban y me hacían burla porque yo no lo hacía.

 Ya viviendo en la casa de mi marido, un día me convencieron y decidí probar el alcohol, así me aceptarían en su núcleo familiar: hermanos, tíos, padres, abuelos todos bebían.

No fui una bebedora social, porque desde la primera vez que tomé me alcoholicé totalmente, me convertí en borracha. Todos me hacían burla porque me volvía loca: me daban ataques de risa y luego lloraba sin parar, pasaba de un estado a otro de repente, luego bailaba hasta caerme, llevaba todo al extremo totalmente alcoholizada.

 Mi esposo era quien más se burlaba y disfrutaba de mis arranques de borracha porque también era un alcohólico; estaba feliz porque yo me perdía con los efectos de la embriaguez. Debo reconocer que con el alcohol pude sacar toda la tristeza que guardaba de cuando me abandonaron mis padres; sólo bebiendo podía sacar el dolor que duró muchos años, pues me marcó el verme sin amigos, sin techo, sin ropa, sin nada, estando briaga podía expresarme, me desinhibía.

Las reuniones familiares eran cada ocho días y esperaba con ansías que llegara el viernes para sentir los efectos del alcohol, sin embargo, podía dejar de beber por largas temporadas, por ejemplo, cuando estaba embarazaba me abstenía de probar bebidas embriagantes, así sucedió con mis dos hijos, pero en cuanto podía beber, mi mente estaba fija sólo en volver a disfrutar de los efectos embriagadores del alcohol, cuando regresaba de esos periodos de abstinencia, bebía hasta sentir la muerte.

Después ya bebía sola en casa; para ese entonces ya me había separado de mi esposo y dejado su casa, eso fue un gran golpe para mí porque ahora cargaba con la responsabilidad de mis hijos, su manutención, educación, la casa todo… Fui comerciante  y me iba bien; vivíamos en un cuarto que me prestaron mis padres, pero todo se salió de control porque empecé a vivir la vida loca cañón, estaba fuera de control, pues era autosuficiente, ya sin el yugo de los padres, ni de la pareja, le di vuelo a la hilacha, no salía de los antros, era amiga de todos y todos eran mis amigos.

Algo que me movió mucho, es que unos amigos con quiénes bebía, me dijeron que era una borracha, porque me alocaba y no quería parar de embriagarme, yo motivaba a mis amigos para que nos fuéramos a otros lados a seguirla. Pero empezaron a rechazarme, para ellos sólo era “la borracha” y comencé a comprar mis botellas y me quedaba en casa para embriagarme a mis anchas sin críticas de nadie.

Como tenía que trabajar, eduqué a mis hijos para que estuvieran solos en casa y cuando me ausentaba de jueves a domingo, yo regresaba y les daba dinero para lo que necesitaran, estaban pequeños y no sabían de mi problema, ellos como tal no vivieron mi alcoholismo, pero si las secuelas como el abandono. Lo único que les exigía eran buenas calificaciones y llegaron a terminar sus respectivas carreras, pero yo estaba quebrada, ya no tenía mi negocio por andar en la fiesta y llegué hacer muchas cosas no agradables. Traté de estudiar enfermería, pero no pude terminar.

Años atrás estuve en un grupo para familiares de los alcohólicos, acudí ocho años, como ahí no te prohíben beber pues seguía tomando sin remordimiento.

Mi hijo trabajaba en la policía federal y lo mandaron a Sinaloa, hice una promesa de no beber por seis meses y me la pasé tranquila pensaba que luego de ese tiempo me pondría una guarapeta bien buena, pero mi hijo me avisó que estaría un año, entonces entré en angustia y desesperación y quería beber, pero no lo hice, aunque con todos me peleaba hasta que un amigo se dio cuenta de mi situación me dijo “eres alcohólica y no te das cuenta” y me invitó a una sesión de AA,  si fui porque ya había cortado toda relación con la gente de mi alrededor y estaba con el síndrome de abstinencia; por suerte AA me atrapó y aquí estoy, aceptando mi alcoholismo desde hace siete años y sigo manteniendo mi promesa de no beber.

Con la muerte de mis padres por la pandemia, mi sistema nervioso colapsó y volví a psiquiatría, donde ya había estado, sigo mi tratamiento psiquiátrico y estoy en espera que me den un servicio para ayudar a la gente.

Si te consideras no alcohólico, pero no puedes parar de beber, no esperes busca ayuda, porque lo más común es la negación del problema y cuesta mucho entenderlo y aceptarlo”.

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