EN CONFESIONES DE UN ALCOHÓLICO
El Trago era Mí Acompañante Fiel
/Por Catalina Guadarrama/
María N., de Cuauhtémoc, Chihuahua, comparte con nosotros sus experiencias con el alcohol: “El primer contacto que tuve fue entre los 18 y 19 años, todo comenzó en una fiesta, se me hizo fácil tomarme unos tragos de ron para entrar en ambiente, primero sentí euforia física y mental con estomago y el pecho caliente, el efecto me ocasionó alegría, confianza en mí misma, estaba mareada y satisfecha sin perder la razón”.
“Pasaron ocho días y volví a otra fiesta y pasó lo mismo , seguí asistiendo a las fiestas, sólo esperaba con ansias que llegara el sábado para emborracharme, luego empecé a tomar alcohol los viernes, sábado y domingo, al principio bebía con amigos, luego en reuniones y en un año ya compraba mis cervezas para emborracharme sola, ya era una necesidad incontrolable, me sentía excelente con el alcohol, bebía en la mañana, al mediodía y en la noche, yo creía que eso era normal, que todo estaba bien, que así era la vida”.
“No crecí en un seno familiar, fui educada en un internado con 250 niños, y no hubo quien me diera un consejo o un regaño, no hubo quien me quisiera, cuando me embrutecía, me sentía libre, el trago era mi acompañante fiel, el alcohol me acababa de mi soledad. Ya para los 20 años estaba casada y el papá de mis hijos nunca me dijo que no tomara y hasta me apoyaba para que lo hiciera, pero fue creciendo mi forma descontrolada de tomar hasta que afectó toda mi vida de casada, rechazaba estar con mi marido, no sabía de mis hijos, no los atendía, hasta que un día, mi matrimonio estaba terminado y mi marido me dejó, tuve tres hijos”.
“Fueron muchas ocasiones yo dejé de atender a mis hijos por irme a tomar y gastaba el dinero de la comida para ellos, compraba alcohol para emborracharme, tuve experiencias fuertes con mis hijos, porque les hice un daño emocional enorme, porque gritaba mucho y me volvía loca cuando mi marido me restringía el alcohol, porque no quería saber nada que no fuera sentirme en mi burbuja, el vicio”.
“Cuando me emborrachaba, que era diario, mis hijos se ponían tristes y me decían: ya no tomes tanto, mamá, deja de tomar. Yo les gritaba que me dejaran, si bebía, era porque yo estaba bien”.
“Hubo una ocasión en que estaba yo tomando y uno de mis hijos me tiró la cerveza, y yo lo corrí de la casa y se fue a vivir con su papá porque ya estábamos separados. Mi hijo era sólo un niño, ¡que vergüenza!”
“Con el tiempo, mis hijos ya estaban más grandes y me iba a los bares, a los antros, me salía con mis amigos de ocasión a tomar, escuchar música, hacíamos relajos en las calles, pues me encantaba que mis acompañantes que tenían auto manejanran a gran velocidad, me gustaba la adrenalina”.
“Me llevaron muchas veces a la cárcel por tomar en vía pública, por insultar a la gente, pero no recordaba nada, tuve muchas lagunas mentales, cuando despertaba no sabía dónde estaba, con quien andaba, y porque estaba peleando, porqué estaba detenida, trataba de recordar, pero no podía y había desesperación en mí porque no lograba saber lo que hacía y cada vez era más frecuente esa pérdida de memoria. Muchas veces desperté en lugares desconocidos, en moteles, y lugares alejados de la ciudad junto a desconocidos que andaban igual que yo”.
“No tenía una pareja sentimental estable, solo tuve novios ocasionales, eran amigos y amigas que me encontraba en el camino, sólo que me siguiera la corriente para tomar, y me iba con ellos, no pensaba en nada lo único que quería era alcoholizarme. Estaba como en un tren sin frenos”.
“Con las lagunas mentales, no sabía, que pasaba porque empezaba a tomar el viernes y reaccionaba el lunes, y me entristecía y veía a mi hija llorar cuando llegaba, y comencé a darme cuenta que no estaba bien, perdí a mi hijo, y no teníamos contacto, porque lo corrí porque prefería la botella de alcohol que mi pequeño”.
“Me sentía muy culpable por perder mi matrimonio y sentía que no había tenido una vida normal, tenía coraje hacia mí misma, porque puse mi persona en riesgo, porque siempre estaba perdida, me sentía culpable y avergonzada”.
“Con el paso del tiempo conocí AA, ellos me dijeron que no estaba bien y me abrieron la mente para entender lo que estaba haciendo, porque no tenía freno alguno, yo pensaba que estaba bien que era normal, y todos la hacían, que así era la vida”.
“Tuve que hacer conciencia que la enfermedad, y decidir cambiar mi vida, y tener una existencia útil, para mis hijos”.
“Ahora trabajo en el servicio que se llama Cooperación en la Vida Profesional, llevo el mensaje a las empresas y transmito un poco de lo que se me ha regalado en AA”.
“El alcoholismo, es una ficción, por eso existe el programa de AA y lucho cada día para no regresar, ya llevo más de un año sin alcohol. Desde entonces, he tenido mucha tranquilidad y paz y ahora vivo realmente la vida, puedo compartir todo con mi familia, recuperé a mi hijo al que corrí y abandoné, me llevo bien con mis muchachos, tengo una nueva pareja y estoy contenta por el cambio total de vida”.
“Ninguno de mis hijos fuma, ni toma, son sanos, la vida que llevaron conmigo les sirvió para no hundirse en el alcohol, y estoy muy orgullosa de ellos. Pero reconozco que fui el peor ejemplo que pudieron tener en su vida, por el vicio, los tuve en el abandono total, no recuerdo como crecieron, porque estaba atrapada en el alcohol.”
“Mi servicio lo enfoco a las escuelas y damos información para evitar que los jóvenes caigan en el vicio, ayudamos a todos por igual.”
“Siempre hay una puerta, se puede dejar de beber; siempre hay otra oportunidad cuando la buscas.”
Alcohólicos Anónimos, Sección México
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