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LA INMOVILIDAD QUE HIERE

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LA INMOVILIDAD QUE HIERE

/Por Ivette Estrada/

“Quédate en casa” no sólo representó el confinamiento dictado durante la pandemia. También es un mandato silente y férreo para las mujeres a lo largo del tiempo y de distintas geografías. Es la inmovilidad social, el cerrojo milenario a la realización laboral, un credo que se vuelve parte del entramado de laberintos de cristal o impedimentos al avance profesional.

En el trabajo las mujeres pueden enfrentar menores salarios, escasas oportunidades de ascenso y falta de prestaciones sociales en comparación con los hombres, pero su mayor desventaja es lograr transitar del trabajo en el hogar, el desempleo o tareas no pecuniarias a tener un empleo remunerado, según el estudio Movilidad social en el mercado de trabajo del Centro de Estudio Espinosa Yglesias (CEYY).

La exclusión de la mujer del mundo laboral se acentuó durante la pandemia de COVID-19. Ella debió realizar, sin reconocimiento ni remuneración alguna, labores domésticas o de cuidado de otras personas que representaban de ocho a doce horas de trabajo al día.

Según el estudio de CEYY, el elevado trabajo de cuidados que realizan las mujeres dentro y fuera del hogar, en gran parte es lo que las mantiene fuera de la Población Económicamente Activa (PEA) o que posean trabajos de baja remuneración y limitadas posibilidades de desarrollo laboral.

Ahora, las mujeres que reducen sus horas de trabajo remunerado para dar cabida a la responsabilidad familiar se arriesgan a perder salarios, prestaciones y oportunidades de ascenso, por no hablar de horas de sueño. Tomar una licencia temporal también puede suponer un retroceso para las mujeres de acuerdo a varios estudios.

Antes de la pandemia, una investigación de McKinsey descubrió que las mujeres hispanas y latinas pasaban 2.7 veces más tiempo que sus homólogos masculinos cuidando a los miembros del hogar, incluidos los niños. Después, las desventajas laborales de las mujeres respecto de los hombres se profundizaron.

Por ejemplo, las madres trabajadoras tuvieron que enfrentar un “turno doble” de responsabilidades domésticas, desafíos de salud mental, una experiencia laboral más difícil en el modelo del teletrabajo, y preocupaciones por las mayores tasas de desempleo. Estas cargas vienen a agravar una serie de barreras estructurales que tienen que enfrentar las mujeres trabajadoras y que incluyen ofrecer apoyo emocional a sus pares, subalternos y jefes.

Incluso se habla ya de un agotamiento generalizado con mayor prevalencia entre las mujeres, por su carga laboral de labores domésticas y de cuidado de personas, a la par de tareas adicionales de soporte emocional y tareas administrativas en el trabajo, labores que representan un ancla al desarrollo profesional de las mujeres.

Ante esto, el estudio de Movilidad Social en el Mercado de Trabajo, destaca que es indispensable recuperar las estancias infantiles y las escuelas de tiempo completo. E ir más allá de acciones aisladas y construir un Sistema Nacional de Cuidados.

Lo fundamental, sin embargo, es reconfigurar el concepto de la mujer en el mundo. No acotar su participación en el ámbito doméstico ni acotar sus aportes a la riqueza, innovación y desarrollo integral. El gran reto es modificar nuestros credos y fobias para recuperarnos de los estigmas, asimetrías e injusticias.

Inmovilidad es retroceso. Y herida abierta que a todos nos corresponde sanar.

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