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Los días de los años más gloriosos

CARTAS DESDE CHICAGO

Los días de los años más gloriosos

/Rogelio Faz/

Quienes compartimos opiniones por estos medios, por simples que parezcan, nos toma algún tiempo –al menos a este servidor- decidir cuál tema abordar, o cual podría ser una aportación útil. Pueden pasar minutos u horas. Cuando ya tenía en mente una muy “elaborada” a fuego y furia, surgió una muy diferente.

Una muy sencilla, a comparación a la que había requerido al menos una consulta supuestamente para dar sustento.

Y surgió después de comunicarme con un amigo de criterios rigurosos y profundos, que me contesta por vía correo electrónico con unas cuantas letras: “Te mando un abrazo y lo mismo, Feliz día de los Reyes Magos. En un día como hoy, pienso en lo lejos que quedó nuestra infancia. ¡Sopas!

¿Más profundo que eso, qué? Justo en ese instante estaban frente a mí mis nietos divirtiéndose con los juguetes de los Reyes Magos, después de la Rosca de Reyes y de haber descubierto incrédulamente un muñequito en la rosca. Mi amigo sin proponérselo me hizo recordar precisamente esos momentos cuando era niño. Los días de los años más gloriosos. Aquellos en el ‘terre’, y ahora en el extranjero con nietos más gringos que paisanos.

Sin entrar en el debate de la existencia de los Reyes Magos o de la estrella de Belén, no cabe duda que hay cosas en la vida donde a las tradiciones hay que perdonarles todo, en particular cuando nos regalan lo más sublime; fantasía, ilusiones, lo mejor de la humanidad: infancia feliz, que bien pudo haber sido con un caramelo.

¿Que la vida es cruel? Vaya que lo es. Todos luchamos por vivir en paz y en felicidad, nos estemos pelando para eso. Aun así, todos vivimos de tradiciones y costumbres independientemente de la veracidad, hay algunas que ni a bayoneta calada entran. Y otras que prevalecen por algo.

¿Por qué habríamos de mantener estas tradiciones? Por el simple hecho que mantienen vivo el deseo de hacer feliz a los demás, sobre todo a los inocentes que están bajo nuestra responsabilidad.

Cuando hay que poner los regalos o dulces debajo del arbolito de Navidad, debido a nunca llegaron los reyes, uno es el que se convierte en mago de los sueños que formarán a los adultos del futuro, que a su vez verán por la felicidad de los suyos. Así tan sencillo, con pocas letras.

Infancia lejana, que, al ver a las nuevas generaciones, nos hacen valorizar las nuestras.  

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