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INFLUENCIA SIN ÉTICA O EL NUEVO ESPEJISMO DE LOS TIEMPOS DIGITALES

Columna: El Rincón del Giróvago

INFLUENCIA SIN ÉTICA O EL NUEVO ESPEJISMO DE LOS TIEMPOS DIGITALES

/Por J. Alejandro Gamboa C./

Crecí en un país donde la televisión dictaba los modelos de vida, y donde el “éxito” se medía por la aparición en pantalla, por el brillo del auto o la sonrisa perfecta del conductor del noticiero. Hoy, el escenario ha cambiado, pero el guión es el mismo: una sociedad mexicana iletrada sedienta de ídolos, aunque estos sean de barro y filtros de Instagram. Vivimos en la era de los influencers; pero más que admirarlos, me inquieta el culto frenético y acrítico hacia ellos.

El marketing de influencers en México creció un 87% en 2023. La cifra no es solo un dato curioso, sino que representa millones de mentes pendientes del próximo video, la próxima promoción de labiales o el nuevo reto viral.

México cuenta con más de 3.3 millones de creadores de contenido, lo que nos convierte en el segundo país de América Latina con mayor número de influencers. Pero, ¿qué nos dice esta cifra más allá del espectáculo? ¿Cuántos de esos millones aportan algo más que entretenimiento efímero?

Los nombres ya no nos son ajenos, incluso a mí, que no me agradan tanto: Luisito Comunica, Yuya, Kimberly Loaiza, Juanpa Zurita. Algunos han sabido canalizar su fama hacia negocios rentables —restaurantes, cosméticos, música— y eso, desde luego, pues tiene su mérito. Sin embargo, el fenómeno va más allá del emprendimiento, ya que hay una fabricación industrial-comercial de carisma y empatía al servicio del algoritmo y del consumo sin freno.

Las emociones humanas se monetizan; las vidas se vuelven escaparates, la ciencia ficción ya no es ficción, ya no es una serie de Netflix. Y es que el problema no es que existan influencers, sino que se haya diluido la línea entre influencia y responsabilidad.

Según datos de la web, en nuestro país, donde el 84% de los usuarios de Instagram tiene entre 18 y 34 años, el impacto que estas figuras tiene en la formación de valores, aspiraciones y conductas es inmenso. Y ese impacto, muchas veces, está contaminado por la banalidad, el hedonismo superficial y la ilusión de riqueza instantánea.

Porque el éxito en este juego no se mide en aportes culturales ni en transformación social, sino en vistas, clics, seguidores y patrocinios. Increíble que, incluso cuando una figura como el llamado “El Pirata de Culiacán” fue asesinado a los 17 años tras insultar a un capo del narco, no se encendieran las alarmas colectivas, no se haya cimbrado la sociedad, antes bien se compartió su muerte como otro contenido más. La viralización de lo trágico es también parte de este show.

Y no se trata solo de la muerte física, sino de la muerte simbólica de referentes con ética.

Otro caso triste es el de la tiktoker Valeria Márquez fue asesinada este mayo de 2025 mientras transmitía en vivo desde su estética. ¿En qué estaba metida? ¿Quién explotaba su imagen? Las mismas plataformas son parte del juego perverso porque reproducen hasta el cansancio los clips de su asesinato para conseguir tráfico.

La generación Z se ha vuelto el blanco perfecto de este sistema: hipersocializados en lo digital, fragmentados en su atención y emocionalmente vulnerables en mi sociedad que les exige éxito sin mostrarles el costo real.

Las investigaciones académicas coinciden: la sobreexposición a contenido de influencers promueve una cultura de gratificación instantánea, endeudamiento y ansiedad por comparación.

La pregunta es incómoda pero muy urgente: ¿quiénes son los referentes morales, culturales y políticos de los jóvenes hoy? ¿Qué figuras están construyendo las narrativas de futuro? Un país que ve en Yeri Mua —ex influencer de maquillaje convertida en cantante con disquera internacional— un modelo aspiracional, pero cuya sociedad ignora quienes son sus científicas, sus docentes o sus activistas; ¿es un país extraviado en su escala de valores?

He aquí la nota: el fenómeno influencer no va a desaparecer. Al contrario, se profesionalizará. Veremos más agencias, más regulaciones, incluso certificaciones en “ética digital”. Habrá colaboraciones con gobiernos, campañas de salud pública con creadores de contenido, pero también más riesgos: manipulación electoral, fake news promovidas por rostros simpáticos y la consolidación de una élite digital que no rinde cuentas a nadie.

Creo que aún hay tiempo para exigir algo diferente. El reto está en dejar de consumir pasivamente. En educar desde casa y desde la escuela una mirada crítica ante el contenido digital. En apoyar a aquellos creadores que no buscan solo likes, sino provocar pensamiento, empatía y reflexión.

 

Cancelar el fenómeno es ya imposible, lo mejor será transformarlo. Actuemos en pro de menos espectáculo y más sustancia. Menos consumo de vidas ajenas y más construcción de la propia. Porque si no recuperamos la capacidad de admirar con criterio, terminaremos siguiendo a cualquiera que grite fuerte, se vista bien o presuma una vida que solo existe en la pantalla.

Y eso, para un país que necesita urgentemente referentes reales y de calidad, no es solo un error, es una tragedia.

Algunas fuentes:

IAB México – Estudio de Influencer Marketing 2023

Programmatic México / IAB.

Infobae Salud – Reportaje sobre la cultura de la riqueza instantánea en jóvenes

Centro de Investigación en Comunicación y Sociedad (CIEC) de la Universidad CENTRO

Revista CIECpress

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