ABANICO
¡Adiós zapatos míos!
Por Ivette Estrada
Existe una relación no confesada entre los tacones y la autoestima de una mujer. Son un símbolo de estatus en los cánones de belleza: estiliza la figura, denota arreglo, se vincula con estampas legendarias de seducción y un largo etcétera.
Así, no es exagerado el llanto de quien pierde un par de zapatos. ¿Y si este se multiplica por casi 50? Mujeres altamente empáticas sabrán mi tragedia. La razón es triste: cuestión médica. Y ni siquiera me consolarán los famosos flats: ingresaré a la legión de quienes aman los tenis y los zapatos tan confortables como feos.
Ayer, cuando pasó el ropavejero y le entregué las dos bolsas de zapatos me dio 300 pesos. ¡Ni para un par nuevo!. Pero mi tristeza no era esa. De algún modo mis zapatos representaron una vida que ya no existe. Y yo, que nunca fui madre, ahora deambularé con calzado de abuelita.
Sé que mis pies agradecen el cambio: los torturé muchos años. Y aunque la lógica me dice que no tenía caso guardar algo que nunca usaré, la verdad siento que con mis zapatos se alejó una etapa.
Quiero ser racional, pero las lágrimas me traicionan ahora. De golpe comprendí que hay cambios trascendentales en mi vida, que un “ya no” se cierne sobre mi y mi futuro. Claro que vendrán cosas nuevas y otras experiencias. Con la edad las redes neuronales se multiplican, pero de manera repentina comprendo que la soñadora que fui ya no existe.
Tal vez ahora tenga mayor auto determinación y abandone por siempre el trabajo ingrato de complacer, quizá ahora racionalizo más todo y las cicatrices ante las heridas se hacen más gruesas y resistentes. Pero temo que un día me mire al espejo y desconozca a quien estará ahi.
El tiempo pasa. Transito ya al último tramo de vida y es posible que logre otras proezas, tal vez hornear un pastel o escribir nuevos libros… pero ya no podré presumir zapatos bonitos. Los pasos que dí con ellos ya se fueron. No hay polvo ya de los caminos andados.
_ ¿Estás triste por tus zapatos? Podrías haberlos guardado.
¡Ay! ¿Qué saben del dolor? Desconocen que aúllo en silencio porque de golpe y porrazo, como las grandes e hirientes verdades, me desprendo de muchos sueños y de un acariciado anhelo de belleza.
Aparecerán en la vida nuevos retos y emprendimientos. Aprenderé cosas nuevas cada día. Y cuando mi piel se cubra de arrugas, podré gritar que en cada pliegue hay la confesión más feliz del ser humano: confieso que he vivido.
Pero por favor, que nadie me consuele con aquello de: “aún tienes pies y puedes caminar”.
Tal vez, pero no danzaré ya en la azotea en días de lluvia. Para eso necesitaría zapatitos lindos y una locura que ahora no es propicia. No para quien porta pantuflas suaves con imágenes de gatitos cuando está en casa.
Lo sé: es una imagen nula de seducción. Pero tengo consuelo al pensar que la psique y las conexiones con Dios no se rigen por estampas estereotipadas de belleza. Los grandes encuentros -con una idea, el amante o Dios-aparecen cuando estamos descalzos. Y ningún ángel, blanco o negro, posee zapatos.
Así que: zapatos feos, bienvenidos. Me olvidaré de los que se fueron.