ABANICO
EL ESPEJO DE LA EMPATÍA Y COMPASIÓN
Por Ivette Estrada
Algunas diferencias neurológicas como el autismo y concretamente el síndrome de Asperger limitan la empatía o la compasión. Sin embargo, en sociedades altamente egoístas como la nuestra, se percibe un desapego a las necesidades de los otros. La excesiva concentración en el yo nos impide ver al otro.
Paradójicamente, todo es un bumerang y la otredad incide directamente en nosotros. Esto tiene una razón: las emociones son contagiosas. Nos impactamos mutuamente y no sólo es una injerencia emocional, sino también fisiológica.
Cuando logramos que los hemisferios cerebrales racional y emocional procesen los efectos que los otros producen en cada uno de nosotros, canalizamos estos estímulos y generamos relaciones armónicas o inteligente desde la perspectiva social.
En el cristianismo esto se traduce en un único mandamiento: Amarse los unos a los otros. No es bonhomía. Es la única manera de cuidarnos.
Analicemos esto: las personas de nuestro entorno moldean y definen nuestros estados de ánimo e incluso nuestra biología. Y cada uno influye de igual forma en ellos.
En la interacción humana se produce una continua interacción cerebral: los circuitos neuronales de una persona movilizan de forma inconsciente su musculatura facial. Sus emociones se expresen a través de sus gestos.
Mientras esto ocurre, las neuronas espejo de quien lo observa pueden experimentar la misma emoción. Las conexiones neuronales que se activan cuando se le pregunta a una persona por las emociones de otro son las mismas que reaccionan cuando se le pregunta por sus propias emociones.
Ahora, el contagio emocional puede aparecer incluso a través de las reuniones virtuales, conversaciones telefónicas y otras soluciones de comunicación a distancia. Es decir, las neuronas espejo no sólo responden a estímulos visuales, sino auditivos e incluso sensoriales.
El contagio emocional explica de alguna manera la empatía, que es reconocer los sentimientos del otro y sentirlos uno mismo. Pero también responder de forma compasiva o preparar al cerebro para realizar una acción consecuente.
Por nuestra propia naturaleza no podemos ser indiferentes al sufrimiento del otro. ¿Qué pasa entonces ante la aparente indolencia social ante la injusticia, hambre y dolor de los otros?
El entorno en el que nos desenvolvemos tiene la capacidad de programar nuestros genes y determinar su grado de activación. Esto genera un proceso continuo de desarrollo y complejidad de la estructura genética o epigénesis. El carácter de una persona depende tanto de su estructura genética como de su epigénesis y el cerebro se modifica en función de las experiencias que el sujeto afronta.
Cuando en una sociedad priva el individualismo, signos falsos de poder y efimeridad en nuestros valores, cuando todo se reduce a banalidad y apariencia, es posible anteponer intereses propios e insulsos a las necesidades fundamentales del otro.
Pero todo actúa como un inexorable bumerang: lo que hacemos y vemos en otros aparecerá en nosotros y en nuestra vida. Es la ley de causa y efecto o empatía inversa.
Así, si deseamos entornos más armoniosos y personas más dulces, comprensivas y compasivas, tenemos que empezar a convertirnos en lo que anhelamos. Haz el bien sin mirar a quién es un proverbio popular que sintetiza todo esto.