ABANICO
DÍAS SANTOS
Por Ivette Estrada
Inicia una semana llamada Mayor o Santa. Se trata de un tiempo “de guardar” nuestros intereses mundanos y rencontrarnos con la parte espiritual o nexo con una divinidad sin nombres.
Metafóricamente es “subir a una montaña” u substraernos de las preocupaciones terrenales para conectarnos con la parte espiritual que todos poseemos, aunque no nos identifiquemos con alguna religión. Es un llamado a la serenidad y reflexión.
En este tiempo se procuran acciones que permiten una mejor conexión con el espíritu o pneuma: ayuno, alejamiento de noticias, introspección, evitación del ruido y placeres mundanos. Tales pautas son las que generalmente emplean los artistas o quienes desean concentrarse en la culminación de una obra determinada.
Hay quien les llama a tales acciones “oración en movimiento”: es generar un soliloquio con la propia sabiduría interna o “arcilla de Dios dentro de la humanidad”.
¿Para qué sirve? Para dimensionar el propio poder en la vida de cada uno de nosotros, pero también para inferir lo que podemos aportar a los otros y a nuestra realidad tridimensional. Desde el momento en el que percibimos que somos más que cuerpo/materia y mente/pensamientos/emociones, develamos una misión trascendental y única en cada uno de nosotros.
Es en la serenidad y en el silencio cuando podemos hallar respuesta y consuelo a las tribulaciones. Por ello, cuando se presentan grandes crisis, como pandemias o guerras, los templos de distintas religiones reciben a más creyentes. Sin embargo, existe una sabiduría silente que nos recuerda que Dios, cualquiera que sea el nombre que le asignemos al Principio, está en todas partes, incluso dentro de cada uno de nosotros mismos.
Esto resulta difícil de asimilar para muchos. De hecho, es una idea que las iglesias mismas tratan de invisibilizar, pero paradójicamente sus oraciones impuestas, rituales y dogmas tratan de acercarnos a la Gran Verdad o encuentro con la Divinidad, aunque manifiesten que es gracias a su intersección.
En una era en la que las instituciones seculares sucumben, entre ellas la iglesia, es importante ahondar en la propia espiritualidad. Esto no tiene que ver con preceptos externos o acciones concretas: es atrevernos a encontrar la verdad de la vida y de nuestra propia existencia mediante la introspección.
Después de todo, la pregunta más antigua y reiterativa en la humanidad es ¿para qué estoy aquí? Las respuestas son tantas como personas existen, el sentido de la vida es muy diverso, y simplistamente, tiene sólo dos vías: el amor y el trabajo.
Sin embargo, lo fundamental siempre será hallar la respuesta a todo, la bondad en cualquiera, la divinidad en el otro, la trascendencia en algo nimio, la vida en los tres reinos, la paz en uno mismo.
En sí, los días santos, los consagrados a las deidades y al Principio de todo, es atrevernos a dialogar con nosotros mismos y atisbar nuevas rutas en lo que deseamos aportar a esta vida. Es encontrarnos con Dios.