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EL JUSTICIERO Y LA DOCTRINA DE LA HIPOCRESÍA

ENTRESEMANA

El Justiciero y la doctrina de la hipocresía

MOISÉS SÁNCHEZ LIMON

Y que me dice: qué me dijistes; y que le digo: lo que me dijistes…

El Duce Andrés Manuel es autobiográfico cuando describe e insulta al contrario porque se encuentra con el espejo que no es el de Maléfica que lo elogia y califica único, no, se refleja en el pulido oropel, lámina de latón, el oro de los bobos.

Y en el ánimo desbordado pretende aparecer justiciero, pero es otro de sus distractores, cortinas de humo cuando el PIB crece pero la economía popular acusa preocupación frente a la carestía; ni gasolina ni energía eléctrica baratas y menos la canasta básica accesible para el salario mínimo que se incrementó en nivel histórico pero poco duró el gusto.

Así podrá presumir que el combate a la corrupción está firme en su administración y su espada desenvainada la blande sobre la cabeza de los malditos conservadores y neoliberales, periodistas que servían a los poderosos, machuchones cuya doctrina es la hipocresía.

¿Cuántos de esos corruptos están en prisión, licenciado presidente? Bueno.

Su Alteza Serenísima pepena del pescuezo a su presa y la sacude, pero ésta reacciona y se envalentona, se le rebela, la reta porque la investidura la hizo jirones desde el mismo día que rindió protesta como depositario del Poder Ejecutivo Federal y la paseó por la Plaza Mayor en una ridícula cuanto ofensiva para los pueblos originarios, ceremonia en la que se ungió Tlatoani.

¿Por qué perseguir a Ricardo Anaya, licenciado López Obrador? ¿Por qué hasta hoy se le ubica como beneficiario del billete repartido por el joven cantor Emilio Lozoya Austin que se sabe todas las letras que el fiscal Gertz Manero le pide entonar?

Sin duda, Ricardo Anaya no es una hermana de la caridad ni su plumaje se parece al del Duce que deja huella sobre el pantano, y no requiere de defensa alguna porque se ha defendido como gato boca arriba.

Pero, mire usted, cuando en la mañanera el licenciado presidente lo describió, concluí que le ganó el subconsciente y daba un adelanto del enésimo libro de su autoría, pero de carácter autobiográfico. Lea usted y ríase o llore. Total.

“Este joven, durante todo su ascenso fue atropellando a los mismos de su partido, lo que pasa es que, como son iguales, pues ahora ya se les olvidó, pero fue avanzando…”, hasta aquí recordé cómo lo dibuja Jesús Zambrano y asumí: sí, el Duce habla de su desarrollo personal. Pero no, se refería al chico de los dieces, al objetivo personal en turno.

“Y entonces –prosiguió el licenciado presidente– hizo acuerdos con todos, hizo acuerdo con el PRI, siendo él del PAN, con Peña, acuerdos; y luego, ya que había vencido a todos y que estaba ya arriba y se sentía todopoderoso, traiciona a Peña, esa es la verdad”. ¡Ajá!, la pura verdad, palabra de señorpresidente, se trata del corruptazo Ricardo Anaya, porque así lo considera Su Alteza Serenísima: corruptazo, mal ejemplo para las nuevas generaciones.

El Duce me recuerda a los justicieros que Ernesto Zedillo Ponce de León utilizó desde la entonces Procuraduría General de la República para vengarse de su antecesor, el neoliberal y aspiracionista fifí Carlos Salinas de Gortari. Y el procurador de ascendencia panista, Fernando Antonio Lozano Gracia, y su cómplice subprocurador especial Pablo Chapa Bezanilla se excedieron y escribieron un guion que Truman Capote les habría codiciado con el caso de Raúl Salinas y de pasad con Othón Cortés a quien le desgraciaron la vida.

Así, Andrés Manuel le dice a Ricardo Anaya que, “nada más que le quede muy claro. Lo sabe, lo que pasa es que es chueco, hipócrita, sabe muy bien que yo no persigo a nadie, yo no soy de malas entrañas, yo no odio, no soy igual a ellos, entonces, él lo sabe; entonces, de manera mañosa me echa la culpa para buscar protección. Es como el que le arrebata la bolsa a una señora y empieza a gritar: ‘Al ladrón, al ladrón, al ladrón’. Que asuma su responsabilidad. 

“Y en el caso de mis hermanos, igual, que la autoridad competente actúe. Yo no tengo que ver con la fiscalía. Ya no es el tiempo de antes, en que el presidente le ordenaba al procurador lo que tenía que hacer, eso el tiempo en que dominaban los ahora opositores, eso ya cambió.

“También, no tengo nada que ver con el Poder Judicial, es un poder autónomo, es un poder independiente, los jueces actúan por su cuenta, hasta constantemente los estoy cuestionando, no están subordinados, no es como el tiempo de antes que el presidente le daba órdenes hasta hace poco a los ministros de la Corte, al presidente de la Corte”.

Lo dijo, en serio. Asegura que no le ordena al procurador, es decir, al fiscal pero presto el doctor Gertz Manero hizo pública la causa por la que se persigue a Ricardo Anaya. Además, respecto de sus hermanos pillados en la comisión de un delito, el Duce Andrés Manuel se sale por la tangente.

“Y en el caso de mis hermanos, igual, que la autoridad competente actúe. Yo no tengo que ver con la fiscalía (…)”. He ahí al justiciero, preciso y conciso: ¡hágase justicia en los bueyes de mi compadre!”

Y en esa especie de sello de la casa, el prístino, único e inigualable licenciado Andrés Manuel López Obrador, investido de Su Alteza Serenísima, ante propios y extraños, neoliberales y chairos, fifís y fundamentalistas, pueblo bueno y conservadores puntualiza su personal convicción.

“Entonces, no somos iguales. Esta gente de pensamiento conservador, además de corruptos, son muy hipócritas, esa es su verdadera doctrina, la hipocresía”. ¡Sopas!

¿Sería solo una estrategia política?—le preguntó anónima asistente a la conferencia en tierra veracruzana.

Es una marrullería, una maniobra. Quién lo manda (a Anaya) a agarrar dinero—responde el Duce con voz de misionero.

“Que sirva esto de experiencia para los jóvenes, que no se trata de triunfar a toda costa, sin escrúpulos morales de ninguna índole, no es ‘yo voy a escalar, voy a encaramarme en un cargo, la política trepadora, sin importar los medios’”, recomienda quien escaló con el objetivo de triunfar a toda costa y hacerse de la Presidencia de la República. ¿A poco no?

Y ya entrado en gastos, el licenciado presidente no repara en nada y ofende y descalifica. Lea usted.

“Fíjense lo que dice (Ricardo Anaya), que no quiero que él se fortalezca con miras a la elección del 2024. Falta para eso muchísimo, qué voy a estar pensando yo en eso. Diría que hasta -en términos políticos- hasta conviene un candidato así, o sea, de veras, porque en una de esas el bloque conservador saca de candidato a Loret de Mola ¿no?, o a López-Dóriga o al dueño del Oxxo, a Yunes, que pueden significar… Al de la Coparmex, puras finísimas personas, o a los dirigentes de los partidos actuales. Pero ya para qué me meto en eso”.

Responderían al Duce en el barrio de Macuspana: si no puede no reparta. Pero Joaquín lo puso en su sitio, como marca el librito.

“Presidente –respondió López-Dóriga– usted no tiene derecho a burlarse de nadie, como se burló esta mañana. Yo nunca me he burlado de usted y usted insiste en hacerlo. Usted que dice que sabe todo, sabe perfectamente que yo no puedo ser presidente de México. Soy mexicano porque lo elegí, pero yo nací en Madrid.

“Yo no estoy en esas ligas, eso es lo suyo, no lo mío. Yo soy periodista y llevo 53 años en esto, trabajando todos los días, lo que no todos pueden decir”.

¿Responderá el licenciado presidente y ofrecerá una disculpa? Tal vez, tal vez. Pero su religión también es la mentira y la hipocresía. Justiciero que se ha ganado a pulso adjetivos varios porque él le perdió el respeto a la investidura presidencial. Y la presa del momento se le zafó y desde la otra orilla lo reta.

En cada línea contra la oposición se autorretrata. Está frente al espejo de oropel. Conste.

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