CARTAS DESDE CHICAGO
Caravainas
/Rogelio Faz/
Era de esperarse que de llegar Joe Biden a la Presidencia de Estados Unidos después de la «era Trump», las caravanas de migrantes provenientes de Centroamérica en particular de Honduras, reiniciarían su ruta hacia el norte.
Dando la impresión que ir en busca de una «mejor vida» el único riesgo es un viaje tortuoso. Sin embargo, traen consigo un equipaje cargado de contrariedades y molestias para un trayecto mucho más largo.
Es como si no les importaran las inconveniencias que provocan a los demás ni el compromiso que implica establecerse en otro lugar que no sea la incomodidad del asentamiento.
Esta opinión viniendo de otro inmigrante parecería ingrata. Lo más lógico sería solidarizarse con lo que se es parte. No obstante; formas, razones o circunstancias no siempre son las mismas, ni la actitud.
Quienes hemos sido parte de una caravana migrante, aunque silenciosa y dosificada, ha sido con cautela, consientes del compromiso de respetar usos y costumbres diferentes. En ese aspecto muchos quedamos a deber, que es de donde surgen los rechazos y no precisamente por lo racial como se insiste.
Regularmente se llegaba con un familiar o amistad quienes eran los que corrían con los gastos de estancia, para posteriormente con algún empleo modesto contribuir con los gastos.
Una vez estabilizada la situación se tenía que ‘ahuecar el ala’. ‘El muerto y el arrimado a los tres días apesta’.
Al mejorar la estabilidad económica y conscientes de los costos-beneficios se acepta pagar “taxes”. Quienes no lo hicieron por desidia o intencionalmente tendrán que pagar las consecuencias ahora.
Los paisas de pura cepa que continuamos con muchas de nuestras costumbres de pueblo, en el amiente laboral nos volvemos funcionales y productivos lo más rápido posible.
Se iban acumulando méritos y en ese orden se supondría se irían convirtiendo en beneficios migratorios. Y no a la inversa como pretenden los integrantes de las caravanas recientes que con violencia reclaman un derecho aun no ganado, con una actitud que de entrada deja mucho que desear, toda una vaina, como se le dice a los problemas o molestias en países de centro y algunos suramericanos.
La situación de desesperanza la entendemos todos, pero ni aun así se justifican las agresiones, ni la imposición de un supuesto derecho internacional cuando ni siquiera conocen las propias.
En la frontera con EU, el impacto que causaron en la opinión pública la separación de menores de sus padres y la pandemia, contrario a lo que se podría suponer ha estimulado traer más niños en la caravana.
Si sacamos cuantas, su recibimiento tendrá que salir de donadores privados, organizaciones civiles, religiosas o de los bolsillos de los contribuyentes.
Si no hay una adaptación con responsabilidad y mérito, el antecedente de tomarse las cosas a la mala solo servirá de referencia para entender la vaina por venir.
Joe Biden alentó esperanzas que están por ver si se cumplen, las órdenes ejecutivas son un instrumento de utilería política como desechables. En esta ocasión serán para aquellos que demuestren solvencia moral, tiempo y haber cumplido con obligaciones, como el pago de impuestos.
No obstante, algunos activistas pro migrantes alientan la llegada de las caravanas con el argumento de que todos somos migrantes. Pero ¿estarían dispuestos a patrocinar a un inmigrante o tenerlos en su casa hasta que se valgan por sí solos? pues adelante.
¿Si un inmigrante llegara a tocar la puerta de su casa agresivamente exigiendo le de alojamiento lo dejaría entrar?, ¿por cuánto tiempo?
Las caravanas tienen como regla aclamar al Dios que los abandono en su tierra; luciendo una gorra o playera de algún equipo deportivo estadounidense, incluso algunos ya con nombres anglosajones como si eso fuera un requisito o comprobante de buena fe.
Apelan a Jesús por lo que todos los creyentes deberían dar bienvenida a quien lo solicite.
Usted podrá ser el cristiano más ferviente aun sin documentos, pero si alguien le pide alojamiento en su pesebre a pedradas, de seguro lo mandará al diablo así sea “chuyito”. Que Dios me perdone.