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RECUERDOS DE UN GRAN MURALISTA

RECUERDOS DE UN GRAN MURALISTA

José Valeriano Maldonado, muralista de corazón tabasqueño que fungió un papel clave en el desarrollo pictórico de la entidad, dejó también un gran legado a México. Este mes se conmemora su primer aniversario luctuoso

/Pasaporte Informativo/

El arranque del Siglo XX trajo consigo una serie de cismas en todos los rubros del país. Tras más de 30 años del gobierno de Porfirio Díaz, la Revolución Mexicana marcaría el punto de partida para nuevas expresiones en el campo de la política, de las altas esferas intelectuales y, como es natural, en el arte.

            Es de esta forma que se instauraría el muralismo como uno de los movimientos más importantes en el ámbito de la pintura, caracterizado por constantes deseos de una auténtica transformación en la vida del mexicano a través de la ilustración de las demandas más radicales en términos de cambios sociales y económicos.

            Ensalzar las raíces del país, sintetizar episodios clave en su historia y educar de una manera pragmática se volvieron entonces elementos característicos de un movimiento moderno cuya importancia resuena hasta la actualidad.

            Una pléyade de pintores resultan imprescindibles al hablar de un muralismo mexicano, entre ellos Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Federico Cantú y, por supuesto, el último gran muralista: José Valeriano.

            José Valeriano Maldonado y Arellano llegaría a este mundo en Texcoco, junto al imponente monte Tláloc y el otrora lago más importante en el Valle de México, en 1922.

            Eventualmente se trasladaría al Distrito Federal, donde iniciaría sus estudios de pintura en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) bajo la dirección de Enrique Assad, Eva Medrano, José Gutiérrez y Juan Cruz, entre otros.

            Fue en esta época cuando formó con algunos compañeros el grupo cultural Cuña con el objetivo de generar cambios en torno a las deficiencias de su centro educativo. Nació así una veta crítica que lo caracterizaría en el porvenir de su obra artística.

            Por esa época empezaría a codearse con personajes de la talla de Diego Rivera, Frida Kahlo, León Trotski y Jaime Ramón Mercader del Río. Fue testigo de primera mano del albergue otorgado por Rivera y Kahlo al revolucionario ruso, el intento de atentado en la Casa Azul a manos de Siqueiros y el trágico desenlace de quien fuera uno de los pilares del proyecto de Lenin en Rusia.

            Posteriormente, su trabajo en Cuña lo llevaría a las puertas del Palacio Negro de Lecumberri, sitio en el que se desempeñaría como profesor de pintura para los reos del penal y donde se encontraría nuevamente con Ramón Mercader.

            El devenir del tiempo arrastraría al pintor mexiquense al que sería su hogar por excelencia, Tabasco, a donde llegó en 1959 por pedido expreso de Carlos Madrazo Becerra para que, en conjunto con Jorge Corona Noriega, trabajara en favor de las artes plásticas de la entidad realizando murales.

            Con la convicción de aportar al movimiento pictórico del sureste, los pintores pondrían manos a la obra y crearían los primeros murales de la nueva sede de la biblioteca universitaria José Martí, entre los cuales se hallarían “Juárez”, “Átomos para la Paz” y “Arquitectura e Ingeniería”.

            Dichos murales serían restaurados por el propio Maldonado a finales de los ochenta y actualmente se hallan bajo resguardo de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), los cuales son considerados patrimonio de la comunidad universitaria.

            Tras los trabajos realizados en la máxima casa de estudios, el gobernador volvería a convocar a los artistas. En esta ocasión la encomienda sería que volvieran del Casino del Pueblo su lienzo, dando nueva vida a uno de los espacios de diversión popular y reuniones políticas más importantes de Villahermosa. De esta petición nacería el mural “Progreso de Tabasco”.

            Al arrancar su trabajo en el sureste mexicano con el grupo Cuña, José Valeriano hallaría a noveles pintores con amplio interés por las artes plásticas y con un gran talento, con los cuales realizó varias actividades al aire libre, rompiendo esquemas de la época.

            Estas colaboraciones entre la agrupación cultural de Maldonado y Arellano y los estudiantes locales rendirían sus frutos en forma de una camada de artistas tabasqueños destacados como Férido Castillo, Gutemberg Rivero y Fontanelly Vázquez.

            Fue entonces que el muralista decidió establecerse en el estado, escogiendo al municipio de Cárdenas como su residencia y a Tabasco como sede de sus talleres de arte, volviéndolo protagonista en la evolución del desarrollo cultural de la entidad.

            Sus últimos años se caracterizaron por su prolífica labor en el campo de la enseñanza artística, acudiendo incansablemente a la Casa de la Cultura de Cárdenas para transmitir sus años de experiencia a niños, jóvenes y adultos.

            Como reconocimiento a su longeva trayectoria como uno de los grandes exponentes y promotores del arte de las últimas décadas, en octubre de 2018 el ayuntamiento de Cárdenas le rindió un homenaje en vida y bautizó al Centro Cultural con su nombre.

            Artista de vocación social, de voz queda que contrastó siempre con su pensamiento lúcido e incisivo, mexiquense de nacimiento pero tabasqueño por convicción, José Valeriano Maldonado y Arellano fue el último gran muralista, cuyo legado resuena con fuerza a un año de su partida.

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