CARTAS DESDE CHICAGO
Empirismo trumpista
Rogelio Faz
Las personas que ocupan cargos elevados -gobierno-, son siempre esclavos de la nación y de la opinión pública: de suerte que no son dueños de su persona, ni de sus acciones, ni de su tiempo. Este es un concepto expresado por Francis Bacon en sus ensayos sobre moral y política.
Francis Bacon fue un escritor, filosofo, político y abogado ingles en la época de prosperidad científica durante los siglos XVI y XVII, este último conocido como el «siglo de la física». Que sirvió de cimiento para políticas pública futura, expresados en la Ilustración, de donde se apoyó la Revolución Francesa, que a su vez dio paso a la ciencia política moderna.
Bacon desarrollo un método científico en el empirismo, una teoría filosófica que enfatiza la función de la experiencia, junto a la percepción sensorial, para la formación del conocimiento. Claro está que estos conceptos no inician con él, pues hay muchos otros desde la antigua Grecia.
Este comentario esta básicamente transcrito del pensamiento baconiano como referencia somera entre la mentalidad política de aquella época -al menos en propósito- con la de nuestros días. Donde parece que cada cual tiene su propia filosofía, que solo busca adeptos para obtener el 50 por ciento más uno de votos.
Bacon sostenía: “los personajes de cargos elevados necesitan mirarse en la opinión de los demás para sentirse dichosos: porque si solo se juzgaran por su propio sentimiento, no podrían tener semejante creencia”.
También en referencia a quienes ostentaban cargos públicos elevados decía: “Cuando dejes de ser lo que fuiste, no tienes porque desear seguir viviendo”. Salvo, y lo comparaba con un anciano jubilado sentado frente a su casa ver pasar la vida, repartiendo sermones y lastima.
De acuerdo Bacon, la inteligencia humana debe apoyarse en recursos eficaces para dominar la naturaleza. De este método son los experimentos, que interpretan y dan forma a los datos de la experiencia sensible.
De que el entendimiento humano es demasiado frágil y está por todos lados limitado por toda clase de obstáculos y que hay que despejar para obtener conclusiones claras, por lo cual es necesario librarse de estos prejuicios, como de los «ídolos». A quienes clasifica de la siguiente manera:
Ídolos de tribu, aquellos prejuicios comunes a la sociedad o al género humano. Ídolos de caverna, aquellos que proceden de la educación y de los hábitos adquiridos por cada persona. Ídolos de la plaza pública, aquellos nacidos del uso del lenguaje ambiguo, erróneo o impreciso. Y, por último, ídolos del teatro, los que provienen de la falsa filosofía, que no es otra cosa que una fábula puesta en escena.
Hoy día los que pretender u ostentan un puesto público, en su mayoría son ídolos de plaza o teatro, algunos entrados en edad de jubilación, dígase Donald Trump, o los mesías dueños de la verdad, guías de ciegos que quieren cruzar los pantanos utilizando los prejuicios de la sociedad.
Donald Trump, tal parece inspiro a otros para salir de sus cavernas a difundir sus filosofías empíricas personalizadas como Vicente Fox, expresidente de México. Pero también del otro extremo tenemos a des-chavetados como Nicolás Maduro de Venezuela. Que acabaran como el francés Maximilien Robespierre, apodado el “incorruptible”, uno de los más importantes líderes de la Revolución francesa que se convirtió en una de los Jacobinos más radicales hasta crear el “Reino del Terror”.
Robespierre como defensor del pueblo era un ferviente opositor a la pena de muerte, pero en el poder y para “purificar” a Francia, aplico la pena de muerte de manera arbitraria. Murió en la guillotina.
La obsesión de poder sin ser dueños de su persona, ni de sus acciones, ni de su tiempo, crean un reino de incertidumbre y terror.
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