domingo, noviembre 24, 2024 - 7:44 pm

Yaz

Entresemana

Yaz

Moisés Sánchez Limón

Pido su anuencia. En esta entrega no hablaré de política ni aludiré al gasolinazo y mucho menos de tragedias mundiales. Usted dirá que hay asuntos que requieren atención, como las necesidades humanas, el hambre y la miseria en que viven millones de mexicanos, las guerras civiles y las vanidades políticas.

Sí, son temas harto conocidos e importantes. Mas estos días de festejos y celebraciones que han concluido con la recepción al año nuevo y todos esos etcéteras, nos recuerdan cuán sentimentales y cursis somos los seres humanos, tanto que nos mueven a los reencuentros, el abrazo fraterno, los buenos deseos, las palabras de aliento, el borrón y cuenta nueva. Bien.

Sabrá usted que Yaz se fue el cuarto domingo de adviento, paradójicamente cuando se prepara el nacimiento de Cristo. El 18 de diciembre su corazón no quiso acompañarla en la enésima batalla por su vida y salud, y se adelantó; falleció como queremos irnos los periodistas, los reporteros: en la redacción, en el quehacer de este oficio del periodismo.

Yaz trabajaba para la agencia Notimex y se había preparado para esa recepción de la Nochebuena y convocó a la familia, aunque a decir verdad la familia andaba un tanto dispersa, consecuencia de algunos desencuentros como los hay en todo núcleo social, más cuando sus integrantes acusan propiedad de carácter independiente, fuerte y discrepante, como debe.

Hace 26 años, cuando Yaz era una adolescente, en la celebración del año nuevo, en una discoteca en Guayabitos, Nayarit, me abrazó y lloró conmigo algunas ausencias, relaciones que nos habían dejado en la orfandad familiar porque, asuntos de necesidad personal, las llevaron a dejar el hogar y, en fin.

Por ahí andaba Moy, el carismático hijo menor que determinó quedarse al lado del abrigo paterno e ignoraba por qué Yaz y yo llorábamos mientras nos prometíamos estar juntos por siempre y romperle el espinazo a la adversidad. Por supuesto, Moy estaba en esos planes; Brenda, la mayor, había decidido guarecerse bajo el amparo de los abuelos.

¿Por qué le platico este tema que debiera quedarse en lo privado? Sencillamente porque a la despedida de Yaz, fue infinidad de amigos, parientes, conocidos e incluso algunos sin nexo en el entorno familiar y de amistad, que convinieron en acompañar en el dolor de esa partida, a quienes quedábamos sin la compañía de la hija, la hermana, la sobrina, la ahijada…

Y todos deben saber cuán enorme es el reconocimiento que, en lo personal, tengo con quienes me acompañaron en esas horas críticas, de dolor que se atora en el grito en la garganta y anega los ojos como sólo se puede cuando hay un inmenso sentimiento de desamparo porque se ha ido mi hija, mi compañera, amiga y cómplice.

Yaz y yo seguimos puntual nuestra promesa de estar juntos y solíamos reunirnos con la familia lo mismo en la Ciudad de México que en Morelia y nos desquitábamos y dábamos rienda suelta a todo lo cursi que se reserva para el festejo. Abrazos, brindis y todos los detalles que cuidaba Yaz. Los antifaces, la ropa interior de color amarillo, las serpentinas, el confeti, la sopa de lentejas. En fin, los detalles que las familias suelen atender en estos días.

Yaz quiso ser reportera y estudió periodismo en la escuela Carlos Septién. Yaz estudió la maestría para demostrarme que  podía ir más allá del concepto profesional elemental. Fue una guerrera que sorprendió a los médicos con las prácticamente milagrosas recuperaciones.

Pero, más allá de esas capacidades profesionales, Yaz tuvo virtudes humanas que la diferenciaron del resto de colegas que la rodeaba porque tuvo la chispa de ser social y sensible; por supuesto, tenía su carácter, fuerte y no se doblaba frente a nada.

Yaz preparaba los festejos de la Navidad y del Año Nuevo. Pero sólo ella sabe por qué decidió emprender la marcha y dejó de luchar en la tarde del cuarto domingo de adviento y nos dejó todo preparado.

Tal vez consideró que con su marcha reuniría a todos los amigos, de ella y míos, que daría pauta a la demostración de amistad puntual entre todos quienes fueron a sus honras fúnebres; sin duda lo logró con la familia, tanto que nos reencontramos primos, hermanos, parientes alejados hace tiempo y agradecimos a Yaz este momento para la reflexión cuando nos preguntábamos por qué la señales de Dios pueden ser harto dolorosas.

Disculpe que hoy mi tema sea el familiar, pero sólo mediante esta entrega, género elemental de mi profesión que fue la de Yaz, puedo compartir un chispazo del paso de mi querida hija por estos rumbos de la vida.

La partida de Yaz –así le llamábamos a Yazmín Graciela Sánchez Linares, mi hija amada—fue un severo golpe que todos quienes lloramos esa decisión de adelantarse, asimilamos y tratamos de superar.

Agradezco y reconozco las muestras de solidaridad de quienes lo mismo en la capilla que en las redes o vía telefónica me dieron el pésame. Seamos felices, un sentimiento que, como recordó mi amigo Marco Antonio Reyes, entraña algo más que un deseo. Digo.

LUNES. Qué tal una iniciativa legislativa que obligue a los dueños de los medios de comunicación a tener servicio médico de planta en sus empresas –diarios, estaciones de radio y de televisión, agencias noticiosas—y contar con el expediente de salud de los reporteros y el personal que hace posible la existencia de sus negocios de la comunicación.  Miles de periodistas viven en el desamparo de la atención médica inmediata. Conste.

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