- La fama del café La Habana ha traspasado nuestras fronteras, numerosos turistas lo visitan a lo largo de todo el año, tal es el caso de Roe Woodman y Enriqueta Harrinton, de New Jersey, Estados Unidos, quien atraídos por la idea de imaginar la mítica pareja revolucionaria Fidel- Ché Guevara, reviven recuerdos de su infancia
Por Esther Martínez, Valeria Cuatécatl, Myriam Montes y Carlos Granados
(Especiales de Infórmate.com.mx)
Vanguardia Digital
Emblemático lugar de la Ciudad de México, de nostálgico ambiente y austero atavío, sus muros han sido hogar fortuito de escritores, políticos, periodistas, actores de la pantalla chica e iconos del cine nacional. Octavio Paz, Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, Gabriel García Márquez, Jesús Martínez “Palillo”, Renato Leduc y Roberto Bolaño han frecuentado el Café La Habana, mítico restaurante donde la historia se hace leyenda.
A primera vista de sobria y escueta decoración, de sus muros penden grandes cuadros en blanco y negro de la ciudad de La Habana. El Capitolio, el malecón, la estatua del prócer José Martí, una retafila de simbólicos autos de los años 50’s, avivan el recuerdo y alimentan la leyenda que ha dado renombre a este lugar: la presencia de Fidel Castro y Che Guevara fraguando su revolución.
En el café La Habana no existe música de ambiente, la música está en el aire, es la interminable melodía del vapor que expulsa su célebre y añeja cafetera con más de 80 años de antigüedad, es una taza chocando con un plato, son las cucharas que endulzan y alebrestan el aroma del café, es el arrastrar de una mesa que no deja espacio a una silla de mimbre que alberga a un comensal.
Un reloj de forma octagonal atestigua el paso del tiempo, frente a él un crucifijo de madera con un Jesucristo en absoluto agonizante, por el contario de cabeza erguida y de dulce mirar parece vigilar las mesas del Café La Habana.
El intenso aroma a café tostado y pan recién salido del horno reciben día a día, mañana a mañana a su más fiel clientela. Exiliados españoles, periodistas retirados, veteranos comensales, pensativos filósofos, distraídos turistas , festivas familias, jóvenes entregados a las mieles del amor y a la lectura de un buen libro hacen del café su mejor aliado, su más suculento hábito.
Cada mesa da cuenta de una historia diferente, revive memorias, se bebe café. Por un lado un reducido grupo de exiliados españoles, a pesar de sus más de 7 décadas en México, aún añoran España, no han perdido su peculiar acento, tampoco el interés de compartir las noticias que hoy publica el diario “El País”. Son tan solo seis hombres de edad avanzada que comparten con añoranza anécdotas de los compañeros que domingo a domingo, durante más de 30 años solían reunirse en las mesas cercanas a la barra. Amigos, colegas, camaradas que han pasado a mejor vida.
Hemos venido aquí desde 1969, éramos un grupo grande de 40 a 50 personas, comenta don Jorge Casas, migrante catalán de 90 años. En este café, lo interrumpe su amigo Alberto, viven nuestros recuerdos, este restaurante representa para nosotros “la falta de”, sí, el recuerdo de los que faltan, de los que ya se han ido, de los que como nosotros pasaron las mismas vicisitudes para salir de España.
Al fondo del establecimiento don Ángel Camino, caballero de elegante figura acompañado de su hijo, pone sobre la mesa su sombrero gris, viste traje, corbata y bufanda, todo su atuendo luce impecable. Gustoso presume ser unos de los primeros clientes del lugar, desde su fundación en 1952, además de tener el honor de haber visto en persona a Fidel Castro.
Fidel se sentaba en las mesas de allá, señala hacia un rincón cercano a la entrada, era un hombre muy joven, a lo mucho tenía 30 años. Como él he visto pasar mucha gente de alto rango, políticos, periodistas y escritores: Carlos de Negri, Luis Spota, Julio Sherer, García Márquez. En este café me siento en confianza, tranquilo, es lindo porque es tradicional, de los pocos que han sabido conservarse en nuestra ciudad. Nada ha cambiado, esa es la magia, lo meritorio, todo se conserva igual, la barra, el mostrador, los cuadros, los ventiladores son los mismos desde hace 60 años…¡hasta la cafetera es la misma!
No lejos de la mesa de don Ángel, una pareja de periodistas retirados hacen remembranzas, son Patricia Bernal y su esposo Héctor Reboulen.
Estamos aquí, confiesan, simplemente para recordar nuestros años mozos en el periodismo, venimos a este café desde hace más de 25 años, este lugar era nuestro centro de trabajo, de negocios. Teníamos una empresa llamada Editorial Traducciones, nos dedicábamos al análisis y traducción de la prensa extranjera. Íbamos al aeropuerto por periódicos de Estados Unidos y Europa y veníamos aquí al café, los traducíamos, los analizábamos y luego vendíamos esa información a diferentes periódicos, es justo aquí donde nos reuníamos con nuestros clientes y suscriptores para negociar la venta de los artículos. Le vendimos, por ejemplo, mucha información a la revista Proceso, incluso don Julio Sherer siempre nos daba créditos en su publicación. El Café La Habana era literalmente nuestra oficina.
Miguel Escalinta, filósofo queretano es otro asiduo cliente del Café La Habana. Tengo más de 25 años frecuentando este café. Vengo desde Querétaro, diría yo solo para tomar un café en el Habana. Me gusta mucho su ambiente, es un café de abolengo, hay pocos lugares así en la ciudad con ese sabor, con ese olor. Siempre que vengo hago una parada aquí para tomar mi café, no me falla. Mi familia ya me conoce, si no me ven en casa saben que estoy en La Habana tomando café, no hace falta ni que les repita el nombre del lugar ya saben dónde encontrarme, este sitio me inspira, me gusta escribir aquí, me encanta combinar el café con la lectura y el estudio. Es un hábito, un vicio, un placer, puntualiza
La fama del café La Habana ha traspasado nuestras fronteras, numerosos turistas lo visitan a lo largo de todo el año, tal es el caso de Roe Woodman y Enriqueta Harrinton, de New Jersey, Estados Unidos, quien atraídos por la idea de imaginar la mítica pareja revolucionaria Fidel- Ché Guevara, reviven recuerdos de su infancia. “Tengo muy bonitas vivencias de este lugar, cuando era niña vivía en México, todos los viernes acompañaba a mi abuela a comprar su café de grano, este olor me hace ver su rostro, es como si ella estuviera aquí conmigo, siento el calor de sus manos, sosteniéndome para que no echara a correr entre estas mesas”
Con un limitado español, Ricardo Well logra expresar el profundo placer que le produce su espumoso café Habanero “He venido 10 veces a la Ciudad de México y siempre me detengo aquí para tomar café, comprar y llevarle a mi familia en San Diego, California”.
Del café lechero, al Maya y al Sevillano con un ligero toque de licor de anís y brandy respectivamente, pasando por el americano, el espresso, el Habanero y el capuchino, hasta el Varadero con ron y una amplia gama de frappés, el Café La Habana puede presumir de un éxito inusitado a través de décadas enteras que bien podría explicarse en palabras de su administrador Ricardo Mendoza, hombre de 73 años de edad, de aspecto serio y rostro impávido, al servicio de este lugar desde hace 57 años.
La ubicación del Café Habana, comenta, es estratégica, estamos a unos pasos de Gobernación, de casas editoriales y de los principales diarios de circulación nacional, pero más allá de esto el éxito radica en el material humano que ha trabajado aquí. Tenemos a Martha nuestra mesera más veterana con 44 años de labor, a Carmen la cocinera que prepara nuestras salsas desde hace 40 años. Nuestros empleados trabajan contentos, ahí está el secreto del tostado del café por ejemplo, nuestro tostador tiene que hacer su trabajo estando siempre de buen ánimo, alerta con todos sus sentidos, bien descansado, bien dormido porque es él quien le va a dar el punto exacto al tostado, medido por su aroma. Aquí respetamos sus horarios, no queremos gente cansada, malhumorada porque eso lo perciben nuestros clientes.
Desde su primer dueño, agrega el señor Mendoza, un español, asentado en Cuba, apodado “El Centavo”, por haber llegado a México con tan solo un centavo de capital en la bolsa, hasta los dueños actuales, una sociedad de empresarios mexicanos se ha procurado conservar a toda costa el encanto del lugar.
Procedente de los estados de Veracruz, Chiapas, Guerrero y Puebla, el café que aquí se prepara, en palabras de su Gerente, el señor José Luis Rosas es inimitable. La máquina que lo despacha, comenta, tiene 80 años funcionando, todavía es de palancas, son de pistón, incluso cuando llega a descomponerse, se llama a un técnico para que diseñe sobre medida una pieza similar a la dañada, ya no existen refacciones, esta es la razón por la que este café es totalmente artesanal, no hay cafés como los nuestros.
Con esta máquina, asevera por su parte el barista Patricio Pérez, servimos alrededor de mil tazas de café al día. La cafetera es de la marca italiana “Presidente”, a diferencia de las máquinas modernas que trabajan de manera automática, la del Café La Habana es de las primeras que llegaron a México. Aquí llegan, agregó, los granos verdes, Diariamente se muelen y tuestan durante media hora dos cargas de café de 21 kilos cada una, suficientes para el consumo en el restaurante y su venta en paquete.
¿Quién lo dijera? En torno a una taza de café día a día se tejen historias, se construyen leyendas, nacen nuevos mitos, conviven ideologías irreconciliables, se conciben revoluciones, se cierran tratos comerciales, se hacen confidencias, se conspira, se inspira, se sueña, se anhela, se enamora, se abriga al refugiado….y sin embargo el aroma de esta bebida en este lugar, no solo huele a un buen café, huele a nostalgia, recuerdos, vivencias, memorias, el Café La Habana huele al perfume de un ¡Hasta la victoria siempre!