Escribir desde el propio caos
Ilka Oliva Corado
No sé en cuántas ocasiones me han preguntado qué escritores y poetas me han influenciado, mi respuesta siempre es la misma: ninguno. Si mencionara por lo menos a uno estaría mintiendo porque he leído muy poco y por lo regular no termino los libros, pierdo la atención inmediatamente y me cuesta recuperarla, y tiene que ser un texto que realmente logre cautivarme para que yo lo termine de leer hasta el punto y final. Muy pocos textos han logrado calmar mi ansiedad, sosegar mi caos y mi delirio constante. Nunca he leído un solo clásico, me empalagan inmediatamente. No leo lo que todo el mundo dice que es buena literatura, no leo lo que los críticos dicen que es lo que hay que leer. No leo todo aquello que esté de moda. Descarto todo texto que no logró atraparme desde la tercera línea. No continúo escribiendo un texto sino me cautiva desde la tercera línea. Pues escribo para mí, para nadie más. Y también me han preguntado de dónde nace mi escritura, nace de mi caos.
No tengo pedigrí alguno, ninguna herencia de ancestros intelectuales, artistas, trovadores o académicos de los cuales yo pueda fanfarronear y lucir mi ego de “heredera”. En mi casa no existieron las veladas y tertulias con música de cámara. No asistí a colegio bilingüe, no tomé cursos de escritura y no participo en recitales, no pertenezco a ninguna comunidad de escritores o artistas. No tengo amigos de apellidos rimbombantes, no tengo contactos en el mundo de las artes. -No creo en los contactos, soy mujer de afectos-. Aborrezco el mundo de la diplomacia por esa razón no asisto a veladas organizadas por gente de consulados o gremio artístico.
Mi raíz es campesina, obrera y proletaria, mis padres apenas llegaron a tercero primaria y perdieron la infancia y la adolescencia en los surcos de algodón, en la finca del patrón oligárquico. Mis abuelos también campesinos, mozos, dejaron la vida en la tierra, entre el chuzo, la semilla y el azadón. Allende las ilusiones.
Mi infancia no estuvo rodeada de libros, no he leído un solo libro de cuentos para niños, ni en la infancia ni en mi edad adulta. Veo muy poca televisión. Crecí rodeada de marranos, cabras, gallinas, patos, perros, y a los pies de las montañas verde botella y como patio una arada abierta que entre el zacate y las hojas de dormilonas me vio bajar mi primera sangre. Crecí entre gallineros, chiqueros y parvas de leña. En el vaivén de un mercado y calles empolvadas. Echando tortillas en comal de barro y moliendo en piedra el arroz para el fresco de horchata. Hablando a bocanadas las palabrotas de las calles de arrabal: en esencia y encanto. Comíamos cuando había y sin remilgos. Nuestro banquete familiar se daba una vez al mes, con caldo de huesos de pollo porque para comprar pollo no alcanzaba el dinero.
A los 14 años comencé a escribir poesía, por las tardes cuando terminaba de lavar el chiquero de los coches, haber barrido el patio, ordeñado las cabras y encerrado las gallinas en el gallinero, entre el oficio que nunca hizo falta en la casa me sentaba en el tapial del patio de atrás, a horcajadas, viendo hacia las montañas verde botella, y escribía en un cuaderno los versos sueltos que nunca tomaron forma, a escondidas de mi mamá que no nos podía ver sentadas porque nos doblaba las tareas en la casa; siempre ha visto el ocio como pretexto de haraganes. Siempre fue cuestión de breves instantes, si acaso lo máximo diez minutos, no había tiempo para más. Dejé de escribir cuando se ahondó mi pelea con la vida y me llené de ira. Entonces me refugié por completo en el fútbol, en el alcohol y en las peleas callejeras.
En el extranjero cuando me cansé de alcoholizarme como forma de escape a mis constantes depresiones, volví a escribir poesía, y fue de nuevo como en mis 14 años de edad, en forma de catarsis. Eso es mi poesía, mi catarsis. Eso son mis letras, un bálsamo, mi desahogo. El aire que respiro. Y nacen de mi hiel, de mis caos, de mi anhelo, de mis delirios, de mi equívoco. Nacen de la pasión, de mis abismos. De mis avernos (y de este amor con el que vos Nube Pasajera me colmás) y la alucinación. Son absurdas y de dóciles no tienen nada. La poesía es mi expresión más vívida.
No soy ninguna iluminada, no creo en la necedad de poseer un talento especial que me haga imprescindible o importante, (jactanciosa) nada me ha sido dado, nada me ha sido heredado, mis letras no tienen mentor alguno, no siguen los pasos de nadie, no quieren ser como las letras de alguien más. No quieren ganar concursos, no buscan quedar bien con nadie. Mi letras nacen de mi caos existencial. Por esa razón son esquizofrénicas, bipolares, sufren de ansiedad constante, y se devanan entre la hiel y la miel. Son mi voz, mi esencia y el caudal que recorre mi venas. No buscan comprensión alguna. No la necesitan.
-Escribir es como refugiarme en tu regazo y colmarme de vos-. Es como ir juntando los pedacitos rotos. Es como curar la herida, restaurarme, es como tomarme el pulso y constatar que todavía estoy viva. Es habitar mi nube, mi propia órbita, es abrazar mi caos. Es escarbar en la profundidad del inconsciente. Es derrumbar las barreras, vencer los miedos. Es atreverse a surcar los horizontes. Es amar. -Escribir es amarte-.
Escribir es mi resistencia, es oxigenarme, es amparar mis desvaríos. Es desmoronarme, arrancarme la piel a tirones, es internarme en lo más profundo de mis aprehensiones sabiendo que no saldré ilesa. Es lamer la herida viva. Es hacer de mi locura mi más vívida expresión.
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado [email protected]
Estados Unidos.
Blog de la autora: Crónicas de una inquilina