- Entre las notas periodísticas publicadas ayer, se comprueba una vez más el peligroso entorno en donde se desarrolla la vida de las víctimas de violación, quienes a pesar de sufrir agresiones recurrentes se inhiben de denunciar por temor, vergüenza, dependencia o, simplemente, porque no saben cómo hacerlo. Y muchas de ellas continúan compartiendo la mesa y el entorno familiar con sus victimarios
/CAROLINA VÁSQUEZ ARAYA/
Los estudios sobre la psicología de los agresores sexuales abundan. Hay quienes atribuyen los orígenes de esa conducta a las experiencias vividas durante la infancia, otros consideran la agresión sexual como una táctica de guerra, con el objetivo de destruir el tejido social del enemigo. Sea cual sea la razón por la cual millones de niñas, niños, adolescentes y mujeres adultas son violadas cada día, nada justifica el dolor, la humillación y las consecuencias físicas y psicológicas de ese acto vil.
Entre las notas periodísticas publicadas ayer, se comprueba una vez más el peligroso entorno en donde se desarrolla la vida de las víctimas de violación, quienes a pesar de sufrir agresiones recurrentes se inhiben de denunciar por temor, vergüenza, dependencia o, simplemente, porque no saben cómo hacerlo. Y muchas de ellas continúan compartiendo la mesa y el entorno familiar con sus victimarios.
Este cuadro no solo persiste, sino parece haberse incrementado con los años, aun cuando muchas organizaciones han creado campañas de información y prevención. La violencia sexual, una de las manifestaciones más viles de la conducta humana, no parece haber despertado el menor interés en el sector político, que por influencia de instituciones religiosas persiste en su resistencia a implementar programas serios y consistentes sobre educación sexual y reproductiva, los cuales de ser orientados hacia una visión integral de respeto por los derechos humanos y otras formas de convivencia pacífica, podrían transformar la visión de las nuevas generaciones sobre un tema tan fundamental para su vida adulta.
En la actualidad, el machismo ya no es una forma de vida tolerada por la población femenina como un castigo divino. Hoy existe mejor y más información sobre esa desviación social y política que ha convertido a las mujeres en ciudadanas de segunda categoría, impidiéndoles una plena participación en todos los aspectos de la vida social y familiar. Ya se considera perverso –por lo menos en sectores de cierta influencia— controlar su acceso a las oportunidades de desarrollo y mantenerlas sometidas a un régimen esclavizante, pero no se ha alcanzado una toma de conciencia capaz de equilibrar la balanza para erradicar la discriminación.
Muchos dirán que las cosas han cambiado para mejor y sí, es cierto. Sin embargo, también lo es que la actual polarización de la sociedad en términos de extrema riqueza y extrema pobreza afecta fundamentalmente a las niñas y mujeres en sus posibilidades de acceder a la educación, a la salud, a un empleo digno y a un proyecto de vida con perspectivas de prosperidad. También actúa en su contra la realidad de violencia criminal, cuya persistente presencia constituye una amenaza mayor contra este sector vulnerable, lo cual se refleja en las estadísticas con absoluta crudeza.
El imparable desfile de niñas y niños cruzando las fronteras en un asqueroso comercio de trata, es otro de los temas acallados por la enorme influencia de las redes criminales en sectores de poder, y sigue siendo uno de los más graves temas pendientes.
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Fuente: Prensa Libre
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