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Marilyn en la memoria

  • Una actriz utilizada por hombres en pleno maccarthismo donde, para figurar, había que hincarse frente a las piernas de los productores. Oates nos pone en la piel de Marilyn. Consigue hacernos ver al ángel derrocado que logró sobrevivir en la adversidad

/BRAULIO PERALTA (SemMéxico)/

Siempre quiso ir a Los Angeles a visitar la tumba de esa mujer que representa el deseo encarnado. Lo logró. Llegó a  Westwood Village, en Glendon Avenue: Memorial Park. De repente se encuentra una cripta que dice: “Marilyn Monroe. 1926—1962”, con flores a un lado. Una suerte de su destino…

O estar en Londres, en el barrio de Chelsea y encontrarse de repente con una galería exclusiva donde exhiben fotos inéditas de Bruno Bernard, de los primeros en captar la imagen de ella, el sueño de quienes las prefieren rubias. Adquiere el catálogo, con un regalo único: una fina foto de la actriz, “lista para enmarcar”.

Cada quien rememora a su Marilyn. Camina y repasa las lecturas sobre su vida.  El relato de Truman Capote (“Una adorable criatura”), cuando escribe que la actriz dice:

“—Los perros no me muerden. Sólo los seres humanos…”

Aunque a Octavio Paz no le guste Ernesto Cardenal, el poema de éste dedicado a ella sigue vivo. O la mezquindad de Arthur Miller en su biografía Vueltas del tiempo,  donde dedica más páginas a Clifford Odets, que le presentó a la que fuera su mujer, de quien dice:

“—Estaba sola en el mundo.”

Sí. Y él nunca estuvo a la altura moral con todo y ser un gran escritor. Bastaría con la lapidaria conclusión de Norman Mailer en su biografía, Marilyn: “Desde el principio viven con el dinero de ella. Del trabajo de ella… (Aunque) Miller le ha salvado la vida”… (Dato curioso, Miss Monroe vino a Ciudad Juárez a separarse de Miller, el 20 de enero, en 1961, un año antes de su caída).

La sonrisa que nunca se desgastó, ella, uno de los seres más tristes de Hollywood.

Le indican el lugar de la tumba: “Al final del cementerio, en las lápidas verticales; no está sobre las criptas del césped”. Ni siquiera la tierra le tocó, piensa el cronista: Aquél 5 de agosto de 1962 en que Marilyn dejó de respirar en las primeras horas de la mañana, en el 12305 de Fifth Helena Drive…

Era seis de agosto y su cuerpo seguía en el depósito de cadáveres del condado de Los Angeles, sin reclamarse. Ese día,  Joe DiMaggio se encargó de su entierro. Él, que siempre pone flores en su tumba.

Joyce Carol Oates ficcionó la primer gran novela del símbolo sexual más entrañable del mundo, Blonde, en 2000. En The Nation comparan a la autora con Faulkner, al brindar una visión de Estados Unidos: la gloria y decadencia del sueño americano. The New York Times calificó la novela como una Monroe “hasta ahora un fenómeno cinematográfico que se había resistido a la mirada más atenta de la literatura”.

Una actriz utilizada por hombres en pleno maccarthismo donde, para figurar, había que hincarse frente a las piernas de los productores. Oates nos pone en la piel de Marilyn. Consigue hacernos ver al ángel derrocado que logró sobrevivir en la adversidad.

En Londres, recuerda la última película sobre ella, My week with Marilyn que dirigió Simon Curtis, en 2011. Una Michelle Williams la interpreta magistralmente. De repente, en Los Angeles, caen unas gotas del cielo. Marilyn adoraba la lluvia. Y piensa con Capote: “¿Por qué todo tuvo que acabar así, Marilyn? ¿Por qué la vida tiene que ser tan jodida?”

El destino lo llevó a Los Angeles, al último escenario de una mujer que desde niño admira con delirio. Y en Londres, ve las fotos del catálogo y canta para síDiamonds are forever…

Se siente afortunado…

Marilyn ha sido incomprendida por un gran sector del feminismo radical. Evocarla aquí, en las páginas de mis amigas feministas es abrir la puerta a la discusión de mujeres que, como ella, pudieron vivir como actrices sensuales que despertaron la comezón del séptimo año pero pagaron con su vida la aventura de vivir en una época donde los hombres son, siguen siendo el poder supremo.

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