- Se ha señalado, no sin razón, el peligro de que los jóvenes hagan del narcotraficante un ideal a seguir, buscando emular sus “hazañas” delincuenciales y optando por dedicar su vida al crimen y la violencia
/Por Manuel Espino/
Durante décadas han corrido ríos de tinta criticando las diversas expresiones de la narcocultura y señalando el peligro —real y presente— de que cincelen los valores, los ideales y los héroes de las nuevas generaciones.
Los símbolos de la narcocultura son evidentes y de todos conocidos: los corridos, las camionetas de lujo, las armas enjoyadas, las botas vaqueras y los sombreros texanos. Una caricatura del hombre del norte, de la vida rural y del campesino mexicano.
Se ha señalado, no sin razón, el peligro de que los jóvenes hagan del narcotraficante un ideal a seguir, buscando emular sus “hazañas” delincuenciales y optando por dedicar su vida al crimen y la violencia.
Ese peligro se ha recrudecido al máximo a raíz de la segunda fuga de Joaquín Guzmán, “el Chapo”. Con tal de hacer escarnio de las autoridades, muchos analistas, políticos y comunicadores ha enaltecido al Chapo al grado de elevarlo a la estatura de antihéroe.
Allí está el Chapo en el tweet ingenioso, en el meme certero, como un rey de las redes sociales. Y no podemos olvidar que para posicionar mensajes en las mentes jóvenes el internet es radicalmente más poderoso que los narcocorridos.
Por si fuera poco, se ha anunciado ya una película con uno de los directores cinematográficos más taquilleros de Hollywood en la que uno de los actores protagónicos sería Leonardo Di Caprio, quizá el histrión de mayor popularidad en el planeta.
Estos hechos, que a un lector distraído podrían parecer frivolidades, representan una seria amenaza para el tejido social y para la credibilidad de las instituciones, pues al posicionar antivalores y anunciar que las conductas criminales tienen tan altas recompensas carcomen toda posibilidad de convivencia armónica y productiva.
Debemos tener claro que muchos jóvenes enfrentan una encrucijada terrible: por un lado está el camino del esfuerzo por lustros y décadas para estudiar y hacerse de una carrera universitaria, la cual muchas veces no culmina con la obtención de un trabajo digno y adecuadamente remunerado.
Por otro, está el camino del crimen que de manera inmediata ofrece dinero y el falso prestigio que da la fuerza bruta. Claro está que entre los sacrificios de la honestidad y la riqueza que brinda el crimen, haya quienes opten por venderse a la delincuencia organizada. He allí el peligro de ensalzar a los capos como si de ídolos se tratase.
Como padres, como personas con voz en la opinión pública, como ciudadanos de bien, tenemos la responsabilidad de que las críticas a la autoridad no crezcan hasta llegar a la alabanza al criminal. Pues juntos, en tanto sociedad, estamos librando una guerra cultural en la que está en juego el más valioso recurso de nuestra patria: los corazones y las consciencias de nuestros jóvenes.