- Cuando leemos la vida de los grandes hombres sabemos que la vida, de lo menos que se trata, es de buscar un sueño americano
/Por Héctor Pérez Estrada /
(Abogado, Bohemio y articulista chihuahuense)
Vivimos tiempos en que los chavos se casan con la idea de que sacar una carrera con buenas calificaciones y ganar dinero después, los acredita como los próximos exitosos que triunfarán en la vida. El mundo, la comunicación, las redes sociales han vendido una misión en la vida que se reduce a la competitividad y al logro de satisfactores. Inconscientemente los padres de familia pueden percibir este error y no obstante centran todos sus esfuerzos en apoyar esa especie de sueño “americano” de sus hijos. Les vale, no quieren que sus hijos sean diferentes a los demás.
Cuando leemos la vida de los grandes hombres sabemos que la vida, de lo menos que se trata, es de buscar un sueño americano.
Pienso en San Pablo y en su clara vocación para la edificación del cristianismo, pienso en Cervantes, el gran genio de la literatura que murió en la pobreza y dejó la rica obra literaria, pienso en Efraín González Luna propuesto por Juan Pablo Segundo para la beatificación por sus ideas y acción política, pienso en José Vasconcelos como el educador por excelencia que editó los clásicos y que después de él la educación es de producción de analfabetas funcionales que llegan a ser hasta presidentes de este país. Pienso en Skakeaspeare, Chesterton, Juan Ramón Jimenez que ofrecieron al mundo un estilo literario, que si fuéramos la mayoría poseedores de sus virtudes el mundo sabría expresar las verdades trascendentales con propiedad. Pienso en los empresarios ricos, muy ricos, que diseñan sus negocios para la productividad, primer deber de un empresario, pero enfocan su esfuerzo a que los trabajadores y ejecutivos crezcan con dignidad y se jubilen exitosamente, que la empresa sea un segundo hogar, pienso en los intelectuales y hombres de letras que no organizan un staff de “estirados” sino participan la cultura como algo que hace bien a las personas.
En las grandes misiones ha habido grandes vocaciones. No obstante, hay un punto en donde todos podemos confundirnos, y donde el diablo, dicho esto con sentido del humor, mete sus narices y le ofrece a nuestro camino escarpado y rudo de la vocación, unas visiones donde la emoción y el sentimiento caen como rata en la trampa. Exactamente igual como aquellas visiones que el chamuquín ofrecía a Cristo para desistir de su misión.
Muy seguido confundimos la vocación, que es nuestra misión, con las herramientas o las cualidades y dones que poseemos para realizarla.
A estas alturas del partido me he encontrado personas de la política que han terminado algún doctorado y al preguntarles sobre el ejercicio del mismo, contestan: no sé, supongo que me servirá para investigar más a fondo en los temas.
Si ya has pasado los treinta años de edad y te has involucrado en múltiples actividades de todo tipo es tiempo de entender y descubrir cual es la pasión que te hace volar porque Dios habla a través de tu pasión y que el ejercicio de tu trabajo sea una forma de consumir tu vida con dulzura, esfuerzo y extremado deleite. Y eso no quiere decir que sea algo así como el sueño americano, porque llevar la vocación al extremo no necesariamente te ofrecerá aquellas cosas para que no seas considerado un looser por el mundo. Quizá hasta la riqueza llegue a ser un impedimento para tu misión, quizá en vez de buena fama sufrirás persecución, quizá en vez de buena salud tu real testimonio será una enfermedad para ser creíble y trascender. Entendamos bien nuestra vocación para no equivocar la misión.
La vocación antes que una misión es una alianza con quien te la encarga. Hay un personaje que recibió una vocación y todos los instrumentos extraordinarios para llevarla a cabo: Abraham. Y las naciones surgieron Y DIERON FRUTO. Y hay otro que se resistió a ello y hoy opera desde los infiernos para que los hombres no ejerzan su vocación, porque sabe que el no ejercer la vocación puede significar perder el alma.
Platicaba con alguien hace tiempo sobre este tema y me dijo: tú eres abogado litigante, diriges un instituto de arte, escribes, analizas, comunicas…¿Cuál es tu vocación entonces?
Serenamente contesté, no sin una seria auscultación de mi ser: mi vocación es llevar la fuerza del evangelio a las ramas de la cultura donde Dios me ha dado una oportunidad. Y quiero dar cuentas a Dios por ello algún día. Pero la mayor fuerza debe estar impresa en la célula que me empuja: mi familia.
Encontremos nuestra vocación en un mundo disperso de actividades a las que nos enfrentamos diario, porque la vocación no es un juego de colores sin rumbo, sino un arcoiris bien definido. Bien definido.