Ciudad de México, , 28 de Marzo de 2024

Organilleros de la Ciudad de México, una tradición que muere lentamente

Ricardo Contreras
13 marzo, 2018

Organilleros de la Ciudad de México, una tradición que muere lentamente

/Por Mariángel Calderón/

80128007. México, 28 Ene. (Notimex- Mariangel Calderón).- El oficio de organillero muere lentamente, la tradición de pararse a escuchar los “Caminos de Michoacán”, o “Esta tristeza mía” es más rara, opinaron trabajadores que luchan a diario por preservar esta costumbre.
NOTIMEX/FOTO/MARIANGEL CALDERÓN/COR/LAB/

Mercedes tiene 55 años de edad, 19 de ellos los ha pasado girando la manivela de un organillo a un costado del Palacio de Bellas Artes, ella es una de las pocas mujeres que se dedica a este oficio, con el tiempo, dice, la tradición de pararse a escuchar los Caminos de Michoacán, o Esta Tristeza Mía ha ido muriendo lentamente.

Mercedes recuerda su infancia de la mano de su madre, caminaban por las calles del Teatro Orfeón y del Mariscala para llevar alimentos a su padre, también organillero con 56 años de trabajo, quien además también ocupó el mismo lugar en el que ahora ella se ubica durante ocho horas cada día.

“Cuando yo estaba muy pequeña este era un oficio muy valorado, cuando los cines, las filas, los teatros, dejaban entrar a los organilleros a los restaurantes y el oficio dejaba más”, recuerda con nostalgia al referir que en la actualidad hay quienes hasta los insultan por considerar que el oficio de organillero “no es un trabajo”.

Mercedes comienza su jornada a las ocho de la mañana, tarda poco menos de dos horas en llegar desde Ecatepec hasta el Palacio de Bellas Artes y por cada día con el organillo a cuestas debe pagar 150 pesos por la renta del mismo.

“Hay ocasiones así sin exagerar que no sacamos lo de la renta, lo que hacemos es que lo poco que juntamos lo ocupamos para nuestra casa y pues mañana será un mejor día y pues a trabajar más”, explica Mercedes siempre con la sonrisa a flor de piel, como si los años no hubieran pasado por su rostro, ni el sol hubiera quemado sus manos tras muchas horas de girar la manivela del organillo.

Las ganancias tras un día de trabajo deben repartirlas entre quienes trabajen con ella ese día, a veces son hasta cuatro personas, dice; así, después de juntar el dinero para pagar la renta del organillo, si les quedan cien pesos éstos se deben repartir entre quienes hayan trabajado ese día.

Explicó que un día bueno llegan a sacar hasta 300 pesos, la mitad de ese dinero se va para la renta y la otra para ella y sus compañeros, aunque explicó que días buenos ya no hay, ello, al señalar que un tanto porque las tradiciones de escuchar el organillo se han perdido y otro tanto porque ya no hay dinero, aunque con la cara llena de optimismo comenta que si un día les va mal “ya mañana será otro día”.

“Esta tradición se ha perdido antes era más visto por la gente, ahora ya no, estamos tocando y la gente como si no existiéramos, tampoco es porque no quieran cooperar, sino por la crisis que estamos viviendo de años atrás”.

Mientras “La Barca de Oro” sale tímidamente de la caja de madera de más de 50 años de edad, una bocina a altos decibelios anuncia cualquier cosa cerca de Mercedes, “esto también nos afecta”, ya nadie se para escuchar la música del organillo.

“Esta Tristeza Mía”, “María Elena”, “La Barca de Oro”, “Jesusita Chihuahua”, “Alejandra” y “Las Mañanitas”, son algunas de las ocho canciones que emanan al girar la pesada manivela del organillo, que si se descompone se va entre dos y tres días al taller de reparación, días por los que también deben pagar una renta debido a que el dueño de los aparatos considera que de ahí sale para hacer las reparaciones, que a decir de Mercedes, son muy caras.

Mercedes, quien porta con orgullo el uniforme color caqui del Sindicato de Organilleros de México al cual están afiliadas al menos unas 150 personas, tiene 19 años de estar parada a un costado de Bellas Artes, le gusta invitar a la gente a que gire la manivela, a que toque el organillo, a que se familiaricen con él.

Ello, no solo para que las personas reconozcan su arduo trabajo, sino también para que vean que “no es fácil, no es fácil estar en el sol, en la lluvia, y cuando terminamos de trabajar estando ocho horas parados, pues todavía echarse 40 kilos a la espalda, yo creo que es un trabajo tan digno como cualquier otro (…) este oficio no hay que hacerlo por necesidad, sino hacerlo por amor, tenerle amor al oficio”.

Para Daniel y Johny, de 25 y 24 años de edad, respectivamente, la situación no es diferente, ellos trabajan afuera de la plaza comercial Reforma 222 y deben pagar cada día 200 pesos por la renta del equipo, pertenecen a una organización más pequeña, son ocho organillos los que la integran, dicen. Sus uniformes son color gris y los mantienen impecables, con la juventud en los labios coincidieron en que trabajan también por la conservación de esta tradición.

Para ellos, los insultos son también un poco el pan de cada día, debido a que muchas personas, al verlos jóvenes les avientan de vez en vez frases como “ponte a trabajar en algo bien” o “ese no es un trabajo para alguien tan jóven como tu”; sin embargo, al igual que Mercedes, conservan todo el tiempo la actitud de nunca rendirse.

Es la mitad y la mitad, dice Johny entre risas, hay un 50 por ciento de gente mala, pero otro 50 por ciento de gente buena, “pesan más las personas buenas” refiere al mencionar que a veces las personas no tienen para cooperar, pero que aún así les dejan algo de dinero.

Los dos son padres de familia y refieren que a veces les cuesta muchas horas lograr sacar tan solo para pagar la renta del equipo, su jornada comienza bien temprano en el barrio de Iztapalapa, desde donde cargan el organillo de 48 kilos, para llegar a Reforma 222 tardan al menos dos horas.

Ellos pasan también entre seis y ocho horas del día escuchando una y las notas de “Un Mundo Raro”, “Eufemia” y el “Gavilán Pollero”, que son solo algunas de las ocho piezas que salen del organillo, tampoco se hartan “hasta nos relaja”, explica Daniel mientras con una sonrisa extiende su gris cachucha, en espera de que caigan las primeras monedas del día.

Para ellos, este oficio se trata de tener ganas e ímpetu, y señalan que hay quienes les refieren que cooperan nada más por la carga del aparato, pero en su opinión, también es estresante seguir a las personas y solicitar su cooperación, debido a que algunos dan dinero de buena gana, pero otros tantos se les deshacen en improperios.

Se entiende que muchas personas vienen de malas o no han tenido un buen día, dice Daniel al comentar que para ellos más bien este trabajo es cuestión de actitud, es una forma de ser jóvenes y estar al resguardo de una tradición que poco a poco se va perdiendo.

Ninguno de los dos tiene días de descanso “día que no sacas el organillo, día que igual debes pagar renta”, comentaron al señalar que si quieren tener un día de descanso deben echarle más ganas todavía para así completar.

“Uno se siente orgulloso, porque no muchos chavos los que se animan a hacer esto, estando tan chavo podríamos trabajar en otras cosas, pero a mi me gusta y me encanta mi trabajo, este es un trabajo como todos los demás”, señaló Daniel con la juventud y el orgullo en los ojos.

Para Johny, el oficio que desempeña todos los días desde hace seis años, es tan honorable como cualquier otro “es un trabajo honesto, este que hacemos, pedimos una cooperación y si nos dan pues muchas gracias y si no pues también, hay otros chavos que se suben al micro y no te piden y te asaltan y te quitan tu dinero, uno no, uno hace un trabajo honesto”, puntualizó.

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